Desafío de Martín Alonso de Tamayo

de Prudencio Sandoval- Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V (1614)

Siempre hubo escaramuzas en estos días, y algunas particulares de valientes soldados; una tengo obligación de decir, por haberla hecho un montañés honrado, y el hecho tan señalado, que don Luis Zapata, en el Carlos famoso y otras relaciones y libros le escriben, mas no con la particularidad que aquí diré, que fue:

Martín Alonso de Tamayo, hidalgo de la montaña de Oña, y del lugar de Tamayo, cerca de aquel gran monasterio de San Benito, se hallaba en esta guerra y era arcabucero del tercio de don Álvaro de Sandi, con el cual se había hallado tres años en Hungría, y en la toma de Dura y otras jornadas. Este día, último de agosto, como el enemigo estaba tan pujante, mandó el Emperador echar bando, que nadie, so pena de la vida, saliese de las trincheas afuera, a escaramuzar, ni a otra cosa, por el peligro que podía haber, que suelen por una escaramuza revolverse los campos, y sin querer, darse y perderse las batallas.

Fuera de las trincheas había un foso hecho de la tierra que habían sacado, y en él mandó el Emperador estar ciertas compañías de españoles arcabuceros, para que ojeasen los caballos enemigos, que se arrimaban a las trincheas. Un tudesco, alemán enemigo, que parecía un gigante filisteo, con mucha bizarría y soberbia, había llegado estos días (como se cuenta lo del gigante Goliat) a desafiar cualquiera del campo imperial que quisiese salir a pelear con él, diciendo contra las imperiales palabras afrentosas, y que su nación era la mejor y más valiente del mundo, y los españoles unos cobardes, y que lo haría conocer peleando con uno, y aún con dos, en aquel campo; y llegaba tan cerca de las trincheas imperiales, que se oía de ellas las palabras y blasfemias que el soberbio tudesco decía, de manera que de muchos era oído y entendido; mas ninguno salía, o por el bando que se había echado, o porque no parecía cordura salir a pelear con bestia tan disforme, y que, como desesperado, venía a jugar la vida.

El se volvía dando la baya y aún haciendo otras descortesías que no se pueden decir aquí.

El Martín Alonso dijo a sus camaradas, que aunque le costase la vida, él no había de dejar de salir y dar el pago que aquella bestia merecía. Tiraban al tudesco con los arcabuces; mas era tan suelto, que huía antes que llegasen las balas, y luego revolvía haciendo los visajes y mofas que las veces pasadas, y blandiendo la pica, desafiando con ella. El Martín Alonso estaba fuera de la trinchea del foso, que se había salida para hacer la dicha trinchea, y oyendo las palabras soberbias del alemán tan en afrenta de los españoles, no lo pudo sufrir, y dejando el arcabuz tomó una pica, que no era suya, y a gatas por el suelo se fue más de cuarenta pasos por no ser sentido de los españoles, y al cabo se levantó en pie, y le vieron las centinelas de su campo, que lo dijeron al Emperador, cómo aquel soldado se iba hacia el campo de los enemigos desarmado, con sola una pica arrastrando.

El Emperador mandó que le llamasen, y le dieron voces diciéndole: «Soldado, volved acá.» Martín Alonso se hizo del sordo, y caminó adelante, y cuando se acercó al contrario hincó las rodillas en tierra y rezó encomendándose a Santa María, que él tenía por su abogada, con particular devoción; ésto hizo tres veces.

El enemigo entendió que de miedo se le arrodillaba, y comenzó a burlarse del Martín Alonso, mas costóle caro la burla, porque hecha su oración el español se levantó, y con muy buen semblante se puso con la pica en orden para acometer al tudesco, el cual hizo lo mesmo. Diéronse dos recios golpes sin hacer presa; al tercero, que parece correspondió a las tres Avemarías que Martín Alonso había rezado, su pica hizo presa por bajo de la barbada, o en la gola de la celada o morrión del tudesco, tan reciamente, que embistiendo Martín Alonso con él, le hizo caer en tierra sin sentido, y como él era tan grande y estaba todo armado, dio tan gran golpe en tierra que quedó atormentado, y sin perder tiempo saltó sobre él Martín Alonso, y con la propria espada que el tudesco traía, le cortó la cabeza con grita y regocijo de los imperiales, que estaban a la mira. Asimismo le cortó las cintas de las armas, y le sacó del pecho una bolsa larga de un palmo en que había tres vasos que valían real y medio, y una mandrágora; tomó la bolsa, y la cabeza y espada, volviéndose con ella para su campo.

Luego cargó mucha caballería de los enemigos, por donde Martín Alonso no pudo llevar la cabeza del enemigo, por correr mejor. La arcabucería del campo del Emperador, que estaba en el foso de fuera las trincheas, dispararon contra la caballería enemiga, y los hicieron retirar, y como Martín Alonso se vio libre de ellos, volvió por la cabeza del tudesco, que por defenderse de los caballos había dejado, y la trajo con la espada, y la bolsa que le había quitado, y llegó con todo a la trinchea saliéndole a recibir y abrazar muchos soldados y capitanes que le daban el parabién de la vitoria

Martín Alonso se presentó ante el Emperador pidiéndole merced de la vida, que por haber quebrado el bando y salido del foso sin orden a pelear, tenía perdida. El Emperador, con enojo, le mandó confesar y que le cortasen la cabeza. Suplicaron por él los maestros de campo y muchos caballeros y capitanes, diciendo que semejante hazaña era digna no sólo de perdón, pero de grandes mercedes, pues había sido otro David con el gigante Goliat. Con todo esto, el Emperador estaba duro, y los nueve mil españoles casi en propósito de no consentir que no le quitasen la vida. Sintió el Emperador la indignación de su gente, y como príncipe cuerdo disimuló, y dijo que perdonaba a Martín Alonso; mas fue este perdón de manera, que Martín Alonso se tuviese por seguro; y por esto, agraviado de no se ver premiado conforme a sus servicios, que los tenía hechos bien señalados, acabada esta jornada se retiró a su casa mal contento, como sucede por muchos buenos, y acabó en ella con la pobreza ordinaria de la montaña.