El paisaje vegetal de los Montes Obarenes, de Itziar García Mijangos

itziar garcia mijangos

El paisaje es un concepto complejo, difícil de definir y con diferentes acepciones, que se percibe, además, de manera subjetiva. Sin embargo, siempre que su observación produzca una sensación grata y placentera nos encontraremos ante un paisaje de alta calidad. Esto es, sin duda, lo que ocurre en este enclave de los Montes Obarenes. Su gran variedad de formas y estructuras geomorfológicas y su gran diversidad vegetal proporcionan a este entorno un alto valor para su contemplación y el deleite de los visitantes. Asimismo, la falta de fuertes actuaciones humanas hacen que disfrutemos de un paisaje básicamente rural de gran belleza natural.

El paisaje viene determinado por el relieve, como base donde se superponen los demás componentes, como la vegetación y los diferentes elementos humanos. Este espacio natural presenta un relieve abrupto, surcado por pequeñas sierras no muy elevadas con dirección noroeste sureste, que contrasta enormemente con la llanura que conforma la comarca de La Bureba. El relieve, los materiales geológicos y el clima dan como resultado el desarrollo de diferentes tipos de vegetación que han sido modificados a lo largo del tiempo por el uso que el hombre ha hecho del territorio. El resultado final es un mosaico de comunidades vegetales naturales, junto con tierras de cultivo y elementos artificiales como edificaciones y diversas infraestructuras que constituyen el paisaje.

Las zonas altas se caracterizan en cuanto al clima por un aumento de las precipitaciones, especialmente en forma de nieve y de criptoprecipitaciones, debido a la presencia persistente de nieblas, y a una disminución de la temperatura, así como a una mayor presencia del viento. Esto condiciona el desarrollo de algunas plantas, por lo que en las crestas más venteadas las comunidades vegetales están dominadas por arbustos en forma almohadillada o en espaldera (pegados a las rocas) para evitar el efecto desecante del viento y que éste rompa sus ramas. Formando mosaico con estos arbustos se asienta un pasto ralo y con abundancia de matas enanas, utilizado por cabras y ovejas. Los ganaderos han favorecido desde antiguo este pasto mediante la quema de los arbustos entre los que destacan el enebro (Juniperus communis subsp. alpina) y la genista o aulaga (Genista occidentalis).

caņón de la horadada con bosques de carrascales y quejigos la sierra de oņa desde el portillo de busto

Uno de los aspectos más llamativos es la fuerte asimetría que existe entre las vertientes norte y sur de las montañas más altas, especialmente apreciable en la Sierra de Oña y los Montes Obarenes en sentido estricto, desde Oña hasta Pancorbo. La fuerte insolación que sufren las laderas sur de esta sierra da lugar a que se desarrolle un carrascal o bosque de encina-carrasca (Quercus rotundifolia), mientras que en la cara norte, a menudo cubierta en su parte alta por nieblas más o menos persistentes, permite que los hayedos, con mayores necesidades de agua y humedad, se instalen. Este contraste se hace patente especialmente en otoño cuando las hayas comienzan con el juego de colores antes de la caída de la hoja, manteniéndose sin embargo las carrascas siempre verdes.

No hay que olvidar, sin embargo, que en la mayoría de las ocasiones el bosque ha desaparecido debido a la imparable acción del ser humano siempre ávido de sus productos. En estos casos, aunque menos evidente para los profanos, también existe este antagonismo norte-sur. Frente a los matorrales de genistas y brezos que dominan la vertiente norte, nos encontramos con los tomillares, ricos en pequeñas matas aromáticas, en la ladera sur.

montes obarenes hayedo y carrascal barcina de los montes desde el pan perdido

Al descender en altitud nos adentramos en aquellas zonas que han sido y siguen siendo más explotadas por el hombre. El clima más benigno y unas formas del terreno más suaves condicionan que sea aquí donde se cultive y se desarrollen los asentamientos humanos. Podemos observar como los fondos de los valles están casi totalmente cultivados especialmente con cereales, destacando la cebada y el trigo, aunque también se cultiva patata y, en las zonas más cercanas a los pueblos, productos hortícolas. Este es el mundo de los quejigares o bosques dominados por el quejigo (o el roble como llaman por estas tierras al Quercus faginea), del que todavía podemos ver algunos ejemplos en las laderas del cerro San Miguel, entre Barcina de los Montes y La Aldea del Portillo de Busto. Más raros son los setos vivos que antiguamente separaban las fincas y que hoy en día, debido a la concentración parcelaria, prácticamente han desaparecido y que presentan algunos árboles y abundantes arbustos, muchos de ellos espinosos, como el endrino (Prunus spinosa), el espino albar o majuelo (Crataegus monogyna) y las rosas, que actúan como corredores que unen los restos de bosque. Las laderas, menos apropiadas para los cultivos cerealistas han sido utilizadas para su aprovechamiento forestal, con especies de pinos como el pino albar (Pinus sylvestris), pino negral (Pinus nigra) y el pino resinero (Pinus pinaster), siendo este último muy utilizado hasta hace unas décadas para la obtención de resina. Hoy en día todavía podemos encontrar algunos recipientes de barro en los pinares como testigos de este uso.

Pero no son sólo cultivos, quejigares y pinares lo que aparece ante nuestros ojos en esta zona baja. Junto a ellos nos encontraremos con carrascales ocupando los sustratos más duros. Estos bosques, utilizados antiguamente con gran profusión para la extracción de leña se encuentran ahora en fase de recuperación, especialmente al disminuir, además de este uso, el ganado lanar que utilizaba los tomillares y pastos e impedía el desarrollo de las carrascas. No obstante, todavía observamos en el paisaje este mosaico de tomillares, aulagares y carrascales que nos indican la evolución de la vegetación. Y no nos olvidaremos, aunque sean escasos, de los melojares o bosques de melojos o rebollos (Quercus pyrenaica), que aparecen sobre sustratos arenosos, y que muchas veces están sustituidos por un matorral alto dominado por brezos como Erica scoparia y Erica vagans, utilizados antiguamente para la fabricación de escobas.

vista desde la molina del portillo de busto

De gran belleza paisajística son los cañones y desfiladeros que forman los ríos Oca, Molinar y Ebro al atravesar los sustratos duros de rocas calizas de las montañas. Estos enclaves tan singulares son el refugio de plantas termófilas, que no son capaces de soportar heladas continuas, entre las que destacan la coscoja (Quercus coccifera), el durillo (Viburnum tinus) y el labiérnago (Phillyrea angustifolia) y el madroño (Arbutus unedo). La inaccesibilidad a estos lugares permite que en ellos se mantengan los bosques en muy buen estado de conservación. Destacan los quejigares dominados por el quejigo (Quercus faginea) y donde aparecen otras especies de árboles y arbustos como el arce menor (Acer campestre), arce de Montpellier (Acer monspessulanum), cornicabra (Pistacia terebinthus) que dan pinceladas ocres y rojas antes de que el quejigo pierda su verdor durante el otoño. Sobre los resaltes de rocas calizas se desarrollan los carrascales con su verde intenso durante todo el año, y en las crestas y zonas de fuerte pendiente aparece una comunidad dominada por el bujarro o boj (Buxus sempervirens) y la sabina mora (Juniperus phoenicea), plantas capaces de crecer entre las grietas y fisuras de rocas. En las orillas de los ríos, soportando las periódicas avenidas de las aguas y, a la vez, disminuyendo su bravura, observamos las alisedas y fresnedas. Estos bosques ribereños, junto con las saucedas que ocupan el lecho menor del río, los carrizales, juncales y otras comunidades acuáticas constituyen uno de los hábitats más interesantes y frágiles del territorio. No podemos dejar de mencionar la presencia en el cañón de la Horadada surcado por el Ebro, entre la desembocadura del río Oca y Trespaderne, la presencia de uno de los farallones más impresionantes de este río, una pared casi vertical de gran importancia desde el punto de vista faunístico por albergar una nutrida población de buitres y aves rapaces.

Itziar García Mijangos, del departamento de biología vegetal de la UPV