Publicado en el Semanario Pintoresco Español (1840), tomo II, pp. 321-324.
Caminando entre las altas y escabrosas montañas de Castilla que conducen al tranquilo y escondido pueblo de Oña, al desembocar en uno de aquellos barrancos, se divisa á este dibujándose confusamente sobre la misma sombra de los montes á cuya falda está situado. ¡Qué pobre vista presenta al viajero el pueblo de Oña! Apenas se distingue a lo lejos confundido con los escarpados cerros que le sirven de abrigo. Al aproximarse mas se observa con satisfacción su oscuro recinto, sus pardas torres, sus endebles muros y la mole sombría de su monasterio, que, á manera de la erguida y colosal palmera que se eleva sobre el humilde vergel que la rodea , sobresale con magestuosa altivez por cima del ruinoso y viejo caserío.
A la entrada de la población ven esparcidos en la falda de la fragosa eminencia los mustios vergeles de su vega mezquina, y se percibe el sordo y grave murmullo del río Omino, que con su estendido y rápido curso ciñe respetuosamente el escabroso cimiento del antiguo y olvidado pueblo de Castilla. ¡Ah! ¡qué portentosa es la vista de aquellas elevadas sierras! ¡qué grato el ambiente que en ellas se respira! ¡qué dulces los recuerdos que á la imaginación ofrecen!... Al mirar el aspecto imponente de aquellas agrestes regiones, la tibia luz del sol que apenas brilla en un cielo sombrío, las montañas nevadas de lejano horizonte, la turbulenta corriente del caudaloso río, y el sosiego inspirador de la apacible soledad; al mirar, digo, estos portentos de la naturaleza reunidos en tan reducido y brillante cuadro, no puede menos de elevarse el alma al Criador á la consideración sublime de sus obras, y mirar esta como la mejor y mas perfecta de todas ellas.
El pueblo es triste y miserable; sus calles son estrechas y pendientes; y el aspecto de su pobre caserío manifiesta bien á las claras el origen de su remota antigüedad. La primera fundación de Oña se pierde en la oscuridad de los siglos: la existencia de sus duros cimientos, á juzgar por la consistente firmeza de ellos, parece tan antigua como los riscos que los sostienen y los collados que circundan el valle. En los remotos tiempos fue habitado por los españoles que huyeron del ignominioso yugo de Cartago y de Roma, y posteriormente también buscaron allí su abrigo los desolados moradores de Castilla contra la ominosa invasión sarracena.
La luz de la verdad había aparecido ya en el mundo con la doctrina de nuestro divino Salvador, cuando la naciente iglesia perseguida encontró en este pueblo un refugio para sus hijos los fieles; y los mismos judíos en el desamparo y abatimiento en que (por los altos juicios de Dios) les constituyó la ceguedad de su culpa, hallaron un alivio consolador en Oña como dulce puerto de sus merecidas desgracias y vida aciaga y errante. Allí fundaron con separación de los cristianos un barrio, que se denominó Barrio-uso, y cuyo nombre posteriormente ha conservado.
En las turbulentas guerras de Castilla contra los moros, cuando ya por los primeros adalides de nuestro suelo se les disputaba gloriosamente á los bárbaros el precioso terreno de sus conquistas, D. Sancho, el último conde soberano de Castilla, fundó en Oña por los años 1002, un monasterio para consagrar á Dios en él sus victorias, y acrecentar la combatida fé. Este sagrado albergue de la austeridad y de la penitencia, erigido por un príncipe tan celoso y magnánimo, fue un poderoso muro contra el torrente devastador de los sarracenos, y donde se abrigaron las virtudes de muchas vírgenes cristianas que huyendo de las peligrosas escenas del mundo buscaron la paz apetecida en el cláustro solitario. Las dimensiones del convento en aquella época fueron reducidas, y su estructura humilde; pero despues fue uno de los mas grandiosos y célebres monasterios de España, consagrado á la gloria de nuestro Dios bajo la advocación de San Salvador de Oña.
Los sucesos de la guerra asoladora, el luto de los pueblos, la criminal osadía de los bárbaros, y los ultrajes hechos por ellos á la religión, congregó en el oscuro recinto de este monasterio, por los años 1020, á muchos prelados sábios y piadosos cuyas virtudes y austeridad eminentemente cristianas resplandecieron despues para honor de nuestro suelo, á par de la que practicaron las esposas de Jesucristo: y este domicilio es fama que fue respetado por los moros y el precioso depósito de la mas esquisita piedad y mayor celo para la religión. Las vicisitudes desgraciadas de la suerte, las tormentosas guerras de Castilla, la orfandad y el desamparo en que quedó el sufrido rebaño de los fieles al rigor de los sacrílegos enemigos, no pudieron contrastar la inalterable existencia y el soberano poder de este santo monasterio, que sobreponiéndose milagrosamente á la horrorosa y deshecha tempestad del mundo, salió libre é intacto sobre sus irritadas olas, como el arca de la alianza se elevó poderosamente sobre las aguas del diluvio.
Cuando principiaron á sentirse los dulces beneficios de la anhelada paz del castellano suelo, como el premio debido que diera el cielo á las virtudes de sus hijos, se habian reformado en el monasterio ambas comunidades, y últimamente solo quedó en él la de los severos monges, para honroso y ejemplar dechado de la austera virtud que ha llegado hasta nuestros días.
El aspecto del monasterio es magestuoso é imponente: su estructura esterior, sin ser delicada ni primorosa, ofrece en sus grandes dimensiones y sencilla forma el sello respetable de su remota antigüedad. La portada principal que da entrada á la iglesia es elegante y vistosa, su orden de arquitectura corintio, y su parte superior, compuesta de hermosas columnas, cornisas y escudos, le da mas realce y suntuosidad. Despues de contemplar en este sitio la curiosa perspectiva que presenta el viejo convento de Oña, desnudo en su esterior de los adornos y primores del arte, y entrando por la inmediata puerta que sale á un ancho patio del edificio, se encuentran los espaciosos andeles bajos del convento y en ellos las escaleras que conducen á las principales habitaciones de él. Estas, exentas ya de sus bellezas y adornos por los ultrajes del tiempo, serian dignas de la admiración del observador á conservarse en el estado de esplendor y suntuosidad que debieran tener. Queda, sin embargo, en alguna de ellas el vistoso pavimento de luciente piedra, puertas de negro nogal con lindas molduras, altas y extensas bóvedas rodeadas de cornisas y preciosos relieves de estilo gótico, y en las paredes los marcos de trabajado ébano, donde se contenian bellas y antiguas pinturas que la mano destructora de la época ha hecho desaparecer. Los claustros altos del monasterio son estrechos, sencillos y sombrios: estiendense estos en diferentes direcciones formando una especie de laberinto en razón á su número y prolongación. Las celdas son primorosas y cómodas, y sus ventanas y balcones dan vista al ancho patio de que hemos hablado, al inmenso huerto del convento, ó al agreste y montuoso yermo que rodea á este. La habitación que era del abad, se distingue entre todas las demás por su extensión y belleza; á pesar que los antiguos adornos que la decoraban han desaparecido. Por la estructura interior de toda esta parte del convento se conoce que fue edificada en distintas épocas y bajo diverso plan de dirección, pues no forma la obra el todo compacto y ordenado que el arte recomienda.
¡Qué tristeza infunde el recorrer estas mansiones desiertas y destruidas que fueron en un tiempo el objeto del religioso respeto de los príncipes y el asilo de la piedad! En ellas se aposentaban los reyes de Castilla cuando buscando una gustosa tregua á los cuidados enojosos de la corte, dejaban el tumulto de ella por la tranquila soledad de este retiro.
Pero lo mas grandioso y digno de admirarse que conserva el monasterio de Qña es su hermosa iglesia y el patio y cláustros góticos que dan interiormente á ella. Esta es obra algo mas moderna que lo restante del antiquísimo convento, que acabamos brevemente de describir, y de un mérito y primor extraordinariamente superiores en su estructura. La iglesia se construyó por los años 1470, siendo abad Fray Juan de Roa, y los cláustros se hicieron por los de 1495 á 1500 bajo la dirección de algunos de los mejores arquitectos de aquella época que concurrieron en Oña á la construcción de estos soberbios é inmortales monumentos del arte.
El patio es bello y ostentoso, no solo por su estension, sino por el esmero, la proporción y elegancia de su admirable obra. Su plano forma un perfecto cuadro enlosado de mármol: en uno de sus ángulos tiene una abundante y preciosa fuente de piedra; y rodéanle por sus cuatro lados los sorprendentes y magníficos cláustros cuya esquisita arquitectura gótica ha sido con justicia la admiración de cuantos han visitado el monasterio. En el estremo de uno de estos claustros se encuentra la puerta que dá a la iglesia: es grande, y su elegante portada ofrece una vistosa perspectiva.
En la actualidad al entrar en la iglesia del convento de Oña se experimenta una impresión desagradable al ofrecérsele de pronto á los ojos el deterioro de aquel recinto y el negro monton de sus escombros. Solo la detenida consideración de sus oscurecidas bellezas puede hacer grata la permanencia en este antiguo templo, seno un dia de la severa piedad y solemnidad del culto divino y ahora del estrago, de la miseria y la profanación. Entrando por la puerta de los claustros y á mano izquierda, se encuentran unas altas rejas de hierro que dividen la parte inferior de la iglesia, que termina en el cancel y la puerta principal, de la superior y mas estensa que concluye con el presbiterio y altar mayor. Estas magnificas verjas, conservadas aun en bastante buen estado, separaban el concurso devoto de los fieles de el de los retirados monjes en muchas festividades religiosas, y mayormemente en las horas consagradas por estos á la penitencia y oracion. Todo el interior de la iglesia es esplendoroso y bien concluido: brillando en la gótica arquitectura de la única nave de que se compone el mas esquisito gusto y la mas lucida ostentacion. El órgano se eleva magestuosamente al lado del coro alto, y enfrente de la puerta de los mencionados cláustros, bien conservado en el general estrago: la mayor parte de las capillas del templo apenas contiene restos de su antiguo estado de grandeza y primor; tal es el velo ruinoso que los cubre. Antes de llegar al altar mayor, y cerca del elevado y elegante presbiterio, se estienden á derecha é izquierda, en dos entradas simétricas que forma la iglesia el hermoso coro bajo compuesto de negro y bruñido nogal, y adornados sus asientos con bellas molduras del mas esmerado trabajo y delicada proporcion. El presbiterio de mármol oscuro se eleva mas de cuatro pies sobre el desigual y ruinoso pavimento del templo, en el que, casi en su último término, se halla el ara sagrada. Sobre ella y á bastante elevación se alza el grandioso y dorado tabernáculo adornado de estatuas, cornisas y follajes, que constituyó el soberbio altar mayor de este viejo santuario. En los lados del evangelio y la epístola se ostentan colocados entre columnas y sostenidos en anchos pedestales, los ocho antiguos sepulcros de negro nogal do yacen los restos del primer fundador del monasterio con los otros personages de esta ilustre familia que posteriormente reinaron en España. Al lado del coro bajo se encuentra otra grande y espaciosa puerta que conduce a los claustros interiores del convento y también á la sacristía. Esta es digna del suntuoso monasterio á que pertenece y el local mejor conservado que se halla en todo él. Su primorosa estructura es gótica y su bóveda variada y vistosa. Rodéale por sus cuatro frentes, sin dejar más espacio que el que ocupa la puerta, una estensa y corrida mesa, de cedro al parecer, sobre la que se levantan algunos espejos y doce hermosísimos cuadros (con marcos y cristal) pintados al ólio que representan los doce apóstoles. Por su sobresaliente mérito ha sido considerado este apostolado, desde tiempo remoto, como una de las mas ricas joyas del convento.
La frondosa huerta que tiene á la espalda el edificio es notable por la estension de su rádio y el grande estanque que en ella se conserva, en cuyo abundante raudal, naciente en aquellas montañas, pueden bogar barcos, y ejercitarse la pesca. Este célebre convento ha tenido pingües rentas y 28 prioratos que fueron en un tiempo conventuales hasta que por el concilio tridentino y capítulo general de los monges se mandó hacer la reunión de todos.
Al visitar los inmensos cláustros de este sagrado y solitario albergue; al contemplar sus antiguos sepulcros destruidos, sus altares arruinados y todas las bellezas de su famosa suntuosidad aniquiladas y oscurecidas, se apodera del alma el mas acerbo sentimiento, deplorando amargamente el rigor de tan culpables ultrajes producidos en menoscabo de la moderna civilizacion. Mas ¡ay! que estos grandes y soberbios monumentos erigidos á la ostentación del culto religioso, al recuerdo de hombres eminentes en virtudes, armas ó saber, ó á las épocas célebres de nuestros triunfos, en el dia el genio de la presuntuosa ignorancia y el torrente fanático y destructor de la revolución los ha hollado lastimosamente, profanando con su injusto encono objetos tan apreciables y sagrados: objetos de alta valía en que se ensalzaba la gloria del Dios de nuestros padres, se eternizaban las victoriosas empresas, aprendian las artes y se ejercitaban las letras... Monumentos, en fin, tan útiles como respetables, y cuya honrosa conservación es el esplendor de las naciones, el testimonio de sus hechos, el barómetro de su ilustración, y la historia muda de sus pueblos.
Tal es el estado de abandono y humillación en que se halla el insigne y venerable monasterio de San Salvador de Oña al equivocado impulso de las anheladas reformas: la utilidad de estas se empaña y oscurece á la criminal profanación de estos sublimes modelos de las artes, cuya permanente duración debiera siempre lisongear á los buenos españoles, viendo en esta página elocuente del saber, las virtudes y azañas de nuestros antepasados, el orgullo de la patria y la gloría de su cielo.
Juan Guillén Buzarán, 11 de octubre de 1840