Los primeros pobladores
Los hombres del paleolítico habitaron hace 15.000 años las cuevas que se ocultan entre los pliegues de los escarpados montes que rodean a Oña. La huella de su presencia la dejaron en grutas como las de la Blanca, el Caballón o Penches. Destacan los grabados rupestres de cinco cabras en la cueva de Penches, una de ellas cromatizada.
En la cueva del Caballón se encontraron restos humanos fosilizados y un bastón de mando realizado con un cuerno de herbívoro, en el que aparece una cabeza de cabra grabada. De este objeto, única muestra deL arte mueble paleolítico en Burgos, sólo se conserva un dibujo, ya que el bastón ha desaparecido.
De autrigones, romanos y árabes
La llegada de la oleadas migratorias desde el centro y norte de Europa dejó a Oña en la parte de la península con población de origen indoeuropeo. Los autrigones, de filiación celta, se asentaron en estas tierras y de la lengua que hablaban surgió, según las investigaciones más recientes, el topónimo Oña, que derivaría de la forma céltica reconstruida *ONNA, que significaba ‘fresno’, un árbol que se da en las zonas frescas y regadas por ríos, manantiales y arroyos, como es el caso. Este pueblo prerromano adoraba al dios VUROVIO, tal y como ha aparecido en diversas aras votivas encontradas en Barcina de los Montes, una de las pedanías de Oña. Este teónimo también está registrado en Bélgica.
Los romanos no dejaron rastro en Oña y muy poco en los alrededores. Lo mismo cabe decir de los árabes, de los que sí se sabe, por una crónica de Ibn Hayyam, que las tropas de Abderramán III arrasaron en el año 934 “la fortaleza de Oña, su llano y su monasterio”.
Del alfoz de Oña al monasterio benedictino
Pero la primera noticia de la existencia de Oña en un documento no aparece hasta el año 967. En el manuscrito se habla de su alfoz, lo que implica que existía un castillo o fortaleza. Estos distritos territoriales se convertirían en la base de la articulación del Condado de Castilla.
Es en este contexto en el que, en el año 1011, el nieto de Fernán González, el conde Sancho García, funda el monasterio de Oña. El esplendor del cenobio llegaría enseguida bajo el reinado de Sancho III el Mayor, que introdujo la reforma cluniacense y colocó a San Íñigo de Abad. El monarca navarro y Sancho II de Castilla están enterrados en el panteón de Oña.
Durante casi toda la Edad Media la abadía benedictina de Oña es una de las más importantes de Castilla. Sus privilegios fueron tales que incluso fue declarado autónomo del poder real. Uno de los momentos más oscuros de su historia sucedió durante toda la segunda mitad del siglo XV, cuando la Congregación benedictina de Valladolid, ayudada por el Condestable de Castilla y el obispo de Burgos, intentó y consiguió hacerse con el mando del convento oniense. Se recurrió incluso al poder de las armas. Roma falló finalmente a favor de Oña por ser un convento exento de jurisdicción y sujeto en lo espiritual sólo al Papa.
El poder del abad de Oña era enorme y su dominio se extendía incluso hasta el mar Cantábrico. La villa de Oña y sus gentes vivieron siempre a su sombra, sin desarrollar una auténtica autonomía municipal, civil y económica.
La época moderna y contemporánea
A partir del siglo XVIII la abadía comienza a languidecer y desaparece como tal con la exclaustración de 1835. El Semanario Pintoresco Español de 1840 describe bien el estado de abandono del viejo monasterio. Pero los habitantes de Oña se quedaron poco tiempo libres de la tutela eclesiástica, ya que en 1880 la Compañía de Jesús instaló en el viejo monasterio sus facultades de teología y filosofía. Los jesuitas fueron expulsados del convento durante la República, pero regresaron después de la Guerra Civil, periodo en el que el monasterio quedó convertido en un hospital militar al servicio de los heridos del bando nacional. Los jesuitas marcaron la vida del pueblo hasta 1967, fecha en la que vendieron el edificio a la Diputación de Burgos, que tomó el relevo e instaló un hospital psiquiátrico que todavía funciona. Su futuro ahora es incierto.