Los bosques de los Montes Obarenes, de Laura Gavilán Iglesias

laura gavilan

Como muchos de vosotros sabréis ya, el 14 de octubre de 2006 fue declarado el Espacio Natural de Montes Obarenes con la figura de Parque Natural. En total, unas 45.000 hectáreas repartidas entre las Sierras de Oña, la Llana, Montes Obarenes (macizo de Galdampio), Sierra de Pancorbo y Macizo de Humión, así como en parte de los Valles de Bureba, Tobalina o de la depresión de Miranda.
Como no podría ser de otra manera son muchos los valores que justifican su conservación, tanto biológicos como paisajísticos. Empezando por estos últimos, es imposible permanecer indiferente ante los fuertes desniveles, crestas, cañones y cortados de origen fluvial; pero, aunque son las características más llamativas del territorio, no sería justo pasar por alto la variedad botánica de este singular Espacio. Esta gran diversidad es debida a la situación de transición de esta área entre el mundo mediterráneo y el atlántico; a su compleja y accidentada orografía -con una amplia gama de exposiciones y pendientes-; a la gran variedad de suelos y la ambivalencia del clima. Todos ellos son causantes de la existencia de este riquísimo mosaico vegetal que a continuación vamos a conocer.

En las partes más altas de la Sierra, con fortísimas pendientes y en las que debido a la ausencia de suelo no pueden desarrollarse bosques u otras formaciones, aparecen una de las comunidades más singulares de este Espacio Natural: las comunidades rupícolas. Se trata de un conjunto de plantas perfectamente adaptadas a vivir en unas condiciones muy adversas, por la falta de nutrientes y la falta de agua. Como no existe un verdadero suelo que realice las funciones de sostén y aporte nutrientes, estas plantas consiguen “anclarse” en las fisuras y grietas de los cortados o colonizar las pequeñas zonas en las que la roca se ha descompuesto; además, debido a la altitud en que se desarrollan (a más de 1000 m) deben aguantar la fuerte insolación estival, el viento y estar cubiertos por nieve durante gran parte del invierno.
Crecen en lugares bastantes inaccesibles a lo largo de la cuerda de la Sierra de Oña, en los extraplomos calizos orientados al norte, en el monte Humión, en la Sierra de Peña Arcena, en los Montes Obarenes y en la Sierra de Pancorbo.
En los cortados con orientación meridional y más bajos, más séricos por tanto, se crían algunas plantas que no lo hacen en los orientados al norte, por ejemplo el té de roca (Jasonia glutinosa).

vertiente sur de la mesa de oņa dianthus hyssopifolius

Los aulagares son quizá uno de los hábitats que mayor extensión ocupa. Son muy frecuentes en el horizonte superior de la cara norte de la Sierra de Oña. Quien haya intentado adentrarse en estas formaciones, difícilmente olvidará los pinchos y rigidez de este arbusto de aspecto pulveniforme, comúnmente denominada aliaga (Genista occidentalis). En ocasiones, constituye un tipo de vegetación prácticamente monoespecífico; pero cuando es más laxo está acompañado por el enebro rastrero (Juniperus communis subsp. alpina) –sobretodo en las zonas más venteadas- o por el boj (Buxus sempervirens), la gayuba (Arctostapyllos uva-ursi), etc. Esta comunidad alberga pocas herbáceas, pero una de ellas probablemente os haya llamado la atención pues es bastante bonita, una digital con flores de color vino tinto y un metro de altura (Digitalis parviflora).
Los aulagares representan la etapa de degradación de los hayedos o quejigares húmedos; en el pasado –actualmente cada vez menos- eran quemados para la obtención de pastos para el ganado.

Otras formaciones con gran areal son las bojedas (Buxus sempervirens), también son bastante pobres en especies, cuando aparecen en zonas bajas, abrigadas e insoladas es frecuente que sean acompañadas por la sabina mora (Juniperus phoenicia), encinas y coscoja (Quercus coccifera). Crecen sobre suelos pedregosos y pobres.

Sin embargo, son los bosques los hábitats más diversos de cuantos aparecen en el territorio. En el E.N. de Montes Obarenes estamos ante una encrucijada de hábitats atlánticos y mediterráneos. Resulta increíble la cantidad de tipos de bosques distintos que aparecen en un territorio tan reducido: hayedos, quejigares, encinares, comunidades de tilos, tejos, robledales, pinares, rodales de avellanos, coscojares, etc. Sin duda, constituyen un patrimonio natural del que todos deberíamos sentirnos orgullosos y con la obligación de proteger y mantener para el disfrute de las futuras generaciones.

Vamos a empezar por los bosque más misteriosos y uno de los que más duramente han sufrido la presión ganadera, los hayedos. Bosques caducifolios de distribución eurosiberiana, aparecen –casi siempre- en las vertientes septentrionales; encontramos grandes masas como el hayedo de Cubilla, hayedos de la vertiente norte de los Montes Obarenes por encima de la Majada Esperua, en el entorno de Villafría de San Zadornil y de forma más dispersa en las proximidades del Alto La Torca, o en los alrededores del Galdampio.
Prefieren las localidades umbrías y húmedas. Es frecuente ver como las nubes a primera hora de la mañana o al atardecer los cubren, lo que les proporciona un aporte extra de humedad, tan necesaria en los veranos. Son florísticamente pobres, ya que el dosel arbóreo suele ser tan cerrado que no permite el paso de la luz a su sotobosque; de ahí que las especies propias de este hábitat florezcan tempranamente, antes de que broten todas las hojas de las hayas. Destaca la presencia de helechos y algunas hermosas plantas como la anemone (Anemone nemorosa) y orquídeas; como árboles acompañantes podemos citar el acebo (Quercus ilex), tilo (Tilia platyphyllos), arce (Acer campestre), el mostajo (Sorbus aria) o el tejo (Taxus baccata).
En la vertiente norte de la Sierra de Oña, estos bosques se reducen a rodales de haya en las vaguadas, en los la presencia de ganado se hace palpable; el más extenso es el más próximo al Portillo del Busto.

Las hayas pueden mezclarse con el quejigo en los quejigares subhúmedos. El quejigo es un árbol de hoja marcescente, es decir, no son ni caducas ni perennes, sino que permaneces secas en las yemas foliares sin desprenderse, hasta que brotan unas nuevas. Los quejigares son en este Espacio Natural maravillosamente variables, el cortejo florístico que les acompaña es muy constante, depende de la orientación de la montaña, del tipo de sustrato o de la disponibilidad de agua. En las laderas que miran al norte, se crían los quejigares húmedos, florísticamente próximos a los hayedos pero mucho más ricos y con una estructura más compleja que éstos; poseen estrato arbustivo y herbáceo, así como otros árboles acompañantes. Algunos de estos árboles son hayas, encinas, arces, tilos, serbales (Sorbus aucuparia y Sorbus torminalis) etc.; entre los arbustos destacan avellanos (Corylus avellana), mostajos (Sorbus aria), barbadejo (Viburnum lantana), etc. y matorrales de brezos.
En orientaciones meridionales es muy frecuente encontrar mosaicos de quejigos y encinas, que se desarrollan en zonas soleadas y con suelos menos profundos y frescos. Pueden ser también muy diversos con especies como boj, gayuba, coscoja, madroño (Arbutus unedo), pino negro (Pinus nigra subsp. salzmannii), Viburnum lantana, brezos (Erica scoparia, Erica vagans y Erica cinerea), aligustre (Ligustrum vulgare), endrinos (Prunus spinosa)… Son también hábitats en los que es muy probable encontrar alguna orquídea, como Cephalantera rubra. Cuando los quejigares se aclaran, en las zonas bajas de ladera, aparece una etapa degradación/recuperación del bosque original, menos denso y rico. En este caso, su sotobosque está ocupado sobretodo por aulagas –sobretodo Genista scorpius, matorral de hirientes espinas- , aunque también podemos hallar otras plantas muy abundantes como la bullonera (Amelanchier ovalis), durillo negro (Spiraea obovata), loniceras, majuelo (Crataegus monogyna), lavandas (Lavandula latifolia), jaras (Cistus salviifolius) y más herbáceas vivaces.

ophris insectifera digitalis parviflora

Los quejigares ocupan vastas áreas. Algunos situados en los alrededores de Oña, son los que se encuentran dentro del recinto del psiquiátrico, en los alrededores de Villanueva de los Montes, en la parte derecha del Cañón de la Horadada y en la vertiente sur de la Mesa de Oña.

Los encinares son bosques tan diversos como los quejigares. Cuando están muy cerrados, son florísticamente paupérrimos, pues su cobertura es tan densa que impide la llegada de luz al suelo; no obstante, en ocasiones podemos ser sorprendidos por la presencia de alguna hermosa orquídea. Se desarrollan en zonas muy insoladas y sin retención hídrica; constituyendo formaciones extensas con gran valor paisajístico en la vertiente sur de la Sierra de Oña, por Navas de Bureba o Miraveche, en la Sierra de la Llana, etc. además son bosques en proceso de recuperación por el progresivo abandono de las tierras de cultivo.
Es frecuente que los encinares estén acompañados por densos matorrales de boj. Pero, cuando se crían en zonas húmedas, los encinares son bastante más ricos y con una estructura más madura; con elementos lianoides (como loniceras o Tamus communis) y arbustivos, con plantas tan frecuentes como la bullonera (Amelanchier ovalis), el durillo negro (Spiraea obovata), aulagas, brezos boj, madroños…, con especies espinosas (endrino, majuelo, algunos Rhamnus, etc.) y otros árboles como quejigos y arces. Un ejemplo de este tipo de encinares puede encontrarse en los alrededores de Barcina.

Cuando los encinares han sufrido una intensa degradación, como en los tesos rodeados de cultivos, en campos que han sido abandonados, etc., su sotobosque suele estar constituido por un matorral muy denso de aulaga (Genista scorpius) y por tomillos, lavandas, aladierno (Rhamnus alaternus) y durillo negro, entre otras.

Otra formación, que es poco abundante, pero que por su presencia en los alrededores de Oña –en la salida del pueblo por la carretera que se dirige a Penches- me gustaría señalar, son los coscojares. Se trata de comunidades arbustivas dominadas por la coscoja (Quercus coccifera, especie semejante a la encina pero de menor tamaño y con hojas sin pelos ni por el haz ni por el envés) que se desarrollan en las partes bajas de laderas soleadas y protegidas, sobre suelos secos y pedregosos. Son hábitats ricos en lianas y dan cobijo a algunas plantas térmicas como madroño (Arbustus unedo) o cornicabra (Pistacia terebinthus).

Para terminar con la fagáceas, los rebollares o robledales de Quercus pyrenaica. Son bosques escasos ya que son de apetencias ácidas, no les gustan mucho las rocas calizas; esto hace que sólo puedan criarse en los terrenos muy lavados como los afloramientos de arenas. En general, los rebollares de los Montes Obarenes están muy aclarados y responden a etapas seriales degradadas del bosque original, en las que son frecuentes plantas espinosas como zarzas, rosas, majuelos, etc.

También encontramos en el territorio bosques no naturales, los pinares, estas grandes masas de pinos que aparecen han sido cultivados por su interés económico. Algunos de ellos, los que no son sometidos a limpiezas periódicas, han sido invadidos por la vegetación potencial por lo que son pinares muy biodiversos. Podemos encontrar pinares con quejigos y boj o con quejigos y brezos; en las vertientes más insoladas aparecen pinares con encinas o con sabinas, aulagas, enebros, boj…Sin embargo, cuando su sotobosque ha sido desbrozado el resultado son unos pinares paupérrimos.

Quien haya logrado leer hasta aquí se habrá dado cuenta ya de la gran cantidad de bosques distintos de la zona; pues bien, todavía no hemos acabado, nos falta uno de los bosques más comunes: el bosque de galería o ripario, que son los bosques que crecen en las orillas de los ríos y arroyos. Cuando se trata de cauces irregulares, que sufren estiaje en el verano, las comunidades que se desarrollan están representadas por sauces, chopos (Populus nigra) y saúcos (Sambucus nigra); cuando estos arroyos están cerca de poblaciones o cultivos la contaminación que sufren determina la aparición de plantas nitrófilas como ortigas, sabuco (Sambucus ebulus) y zarzas. Ha sido y es uno de los hábitats más castigados de esta zona.
En los ríos con mayor caudal, como el Ebro, se desarrollan las comunidades más frondosas dominadas por alisos (Alnus glutinosa) junto con otras especies como fresnos (Fraxinus angustifolia), chopos (Populus nigra), sauces arbóreos (Salix alba o Salix neotricha), tilos (Tilia platyphyllos), arces (Acer campestre y Acer pseudoplatanus), avellanos (Corylus avellana), cornejo (Cornus sanguinea), etc. Estas formaciones se asientan sobre sustratos de guijarros y arenas a la orilla del río, y en contacto con el agua sobre limos crecen los carrizos (Phragmites australis) y eneas (Typha).
Se pueden encontrar buenas muestras en el Cañón de la Horadada o en el de Sobrón.

Resumiendo (sí, ¡¡¡resumiendo!!!, porque podríamos seguir con todas las etapas de degradación de cada uno de estos bosques, en forma de pastos de siega, espliegares, matorrales séricos, brezales, helechales y un largo etc.), con todos estos tipos de vegetación puede uno tropezarse en un paseo por cualquiera de las sierras que han sido incluidas dentro de los límites del Parque Natural de Obarenes-San Zadornil.
¡¡¡Buen paseo¡¡¡

 

Laura Gavilán Iglesias, del departamento de botánica de la Universidad de Salamanca