Los grabados rupestres de la cueva de Penches

No deja de producir cierto asombro el conocer la larga y fecunda historia que atesoran los muros de edificios tan cotidianos para nosotros como lo son la Iglesia de San Salvador, la de San Juan, o el entrañable “Cubillo”. Sin embargo, la actividad humana en los alrededores de Oña se remonta a más de cien siglos antes de que el conde Sancho García fundara el monasterio en el año 1011, ya que en el término municipal de nuestra villa se localizan varias cuevas en las que se han encontrado restos culturales del Paleolítico Superior. Entre ellas podemos destacar la cueva de la Blanca y la del Caballón, donde varios jesuitas encontraron a principios del siglo XX algunas azagayas y un bastón de mando realizado en asta de ciervo, con una cabeza de rumiante grabada. Esta interesante pieza, cuyo paradero actual se ignora, es el único vestigio de arte mueble paleolítico conocido en nuestra provincia. La tercera de las cavidades en las que encontramos restos paleolíticos, y tal vez la más interesante, es la cueva de Los Moros, o cueva de Penches. Aunque conocida desde tiempo atrás por los habitantes del pueblo, fueron los jesuitas una vez más los que dieron a conocer la presencia de grabados rupestres en la cueva hacia 1915, siendo estudiada en profundidad por Eduardo Hernández Pacheco, quien publicaría una memoria sobre los descubrimientos dos años más tarde. Los resultados de estas investigaciones y de las realizadas en los años 50 han sido recientemente revisados por un equipo de arqueólogos y espeleólogos del grupo de espeleología burgalés Edelweiss. Durante estos trabajos, cuya memoria se publicará próximamente, se constató el preocupante estado de conservación en que se encuentran actualmente los grabados.

La cavidad se encuentra una vez dejado atrás Penches, en un pequeño abrigo rocoso a escasos metros de la carretera que conduce a Barcina. En este punto se encuentra la entrada a un pequeño pasadizo con fuerte pendiente descendente, por el cual sólo se puede avanzar arrastrándose y cuyo acceso se encuentra actualmente cerrado por una puerta metálica. Tras esta angosta entrada, la caverna toma la forma de una estrecha grieta vertical por la cual es a veces difícil avanzar, ya que su anchura oscila entre los cincuenta centímetros y el metro y medio, existiendo algún ensanchamiento de trecho en trecho. La altura de la grieta varía entre los dos y los casi cuatro metros que encontramos en algunos puntos, salvo al final de la cueva, donde se debe avanzar arrastrándose de nuevo hasta que se hace imposible el paso a unos 170 metros de la entrada.

A lo largo del recorrido descrito se encuentran tres grupos de grabados. Los dos primeros se localizan a unos 40 metros de la entrada, donde en la parte superior de los muros hay, uno en frente de otro, dos grupos de cabras grabadas. En cada uno de ellos se observan los contornos de dos figuras de perfil, toscamente representadas. En la pared izquierda la figura inferior carece de cabeza y cuartos traseros, y la superior, de las extremidades. Ambas figuras tienen aproximadamente el mismo tamaño, unos treinta centímetros de longitud. En el muro de la derecha nos encontramos con una figura completa en la parte inferior y la cabeza y el cuello de otra cabra sobre ella, orientada en dirección opuesta, tal y como se observa en el cuadro adjunto. La representación de estas figuras es más detallada que la de sus opuestas, incluyéndose detalles como la barba, la oreja y la cola. Un trazo largo y recto que cruza la figura superior y llega hasta el cuerpo de la inferior, se ha interpretado como un venablo clavado en el animal. Estas figuras son de mayor tamaño que las anteriores, midiendo la cabra inferior unos ochenta centímetros de longitud. Por último, en un ensanchamiento a unos 110 metros de la entrada, se encuentra en la pared de la derecha una quinta cabra grabada y pintada. Es de pequeño tamaño, unos 30 centímetros, y está realizada con trazos más finos y con más detalle que las anteriores. Al grabado del contorno de la figura se le sumaba en determinadas zonas como el cuello o el vientre trazos de pintura negra difuminada, hoy desaparecida.

El principal interés de los grabados de Penches radica en que se trata de una de las escasas representaciones de arte rupestre paleolítico que se encuentran en la Meseta, fuera del área franco-cantábrica. Con respecto a la antigüedad de las representaciones, aunque no existe unanimidad al respecto, la mayor parte de los especialistas consideran que debieron ser realizadas en la última fase del Magdaleniense, que en la Península abarca el periodo comprendido entre el 15.000 y el 9.000 a. C. aproximadamente. El posible significado de este tipo de representaciones sigue siendo una incógnita para los investigadores. A pesar de los cientos de páginas que se han escrito sobre el tema, posiblemente nunca lleguemos a saber que impulsó realmente a aquellos cazadores/recolectores paleolíticos, nuestros antepasados, a representar signos y animales en las profundidades de las cuevas. Penetrar en la mente de aquellos hombres y mujeres queda hoy por hoy fuera de nuestro alcance, pero hemos de tener siempre presente el deber que supone la preservación de este patrimonio. Es realmente lamentable comprobar el fuerte deterioro que han sufrido los grabados desde principios del siglo XX y como estos vestigios de nuestro pasado, que han permanecido intactos durante más de 10.000 años, están a punto de perderse en menos de cien.

Mario Pereda.